A cualquiera que sea un observador de la naturaleza, no se le escapa el
detalle de que las colmenas de las abejas presentan una arquitectura muy
particular a modo de pequeñas celdillas hexagonales, perfectamente alineadas
para contener bien la miel bien las larvas de estos insectos.
¿Por qué una
construcción tan particular?, ¿a qué se debe una disposición geométrica tan
cuidada y concreta?
Este
fenómeno ya despertó la curiosidad de numerosos estudiosos en la antigüedad.
Alrededor del año 100 antes de nuestra era, vivió Marcus Terentius Varro, un
intelectual romano que escribió sobre agricultura y que era apicultor y llegó a
la conclusión, fruto de sus observaciones, de que la forma hexagonal de los
panales se debía a que era esta la estructura que permitía construir celdillas
con mayor espacio (importante para almacenar cuanta más miel mejor) usando la
menor cantidad de material, hipótesis esta que unos dos mil años más tarde
resultó ser cierta, como veremos más adelante.
Unos siglos
más tarde, otro matemático, Pappus de Alejandría postuló lo que aún hoy se
conoce como la conjetura del panal y que viene a decir lo mismo que dijo Varro
pero con una jerga más complicada: “si dividimos una superficie dada en
secciones de igual área, resulta ser la división en hexágonos la que lo hace
con el menor perímetro”. Pero una cosa es postular una idea y otra demostrarla.
¿Por qué
sólo hexágonos, por qué no una combinación de polígonos?. ¿Por qué las abejas
no construyen a base de cuadrados o triángulos?. Las 3 estructuras permiten un
mosaico que no dejen espacio entre las figuras, ¿por qué el hexágono es la
formación elegida?
Si las
celdillas fuesen redondas o con la forma de cualquier otro polígono, quedaría
espacio de relleno entre ellas, con lo que se desperdiciaría parte de la
preciada cera. Por ello estas estructuras quedan descartadas.
Bien, pues
en 1999 el matemático de la Universidad de Michigan Thomas C. Hales demostró lo
que ya Varro había intuido: que los hexágonos son el medio más económico para
construir un panal, sólo que lo hizo de modo absolutamente preciso y también
bastante más complejo, por lo menos para aquellos que somos legos en la
materia. Les dejo aquí la fórmula que usó para demostrarlo.
Lo cierto es
que esta estructura permite a las abejas construir celdillas con el volumen
suficiente para almacenar miel para el invierno y proporcionar espacio
suficiente para sus larvas utilizando muy poco material de construcción. Este
material no es otro que la cera –segregada por unas glándulas abdominales de
las obreras- y resulta bastante cara de producir. Para segregar 1 gr de cera,
una abeja debe consumir unos 7 a 12 grs de miel. Definitivamente, la cera es un bien
escaso que conviene utilizar con mesura.
Pero no
termina aquí la aventura matemática de las colmenas. Ni mucho menos. Las
colmenas están construidas con dos capas de celdas abiertas en direcciones
opuestas, de tal suerte que el material de la base es común y para ahorrar
material, esa base también está construida de modo que se use sólo la cera
imprescindible a la vez que tenga el mayor volumen posible.
Colmena y
detalle donde se aprecian las dos capas de celdillas abiertas a cada lado
Este fondo
de la celdilla se construye con 3 rombos, dos lados del mismo lo constituyen
dos lados del hexágono y los otros dos se comparten con los otros rombos que
cerrarán el fondo.
El astrónomo
italiano Maraldi (1665-1729) midió los ángulos que formaban estos rombos y
determinó que eran 109º 28´ el mayor y 70º 32´ el menor. Unos años más tarde el
físico francés Réamur (1683-1757) lanzó un reto a la comunidad matemática y les
pidió a varios colegas que determinasen qué ángulo deberían tener los rombos de
la base de una celdilla para que ésta pudiese almacenar el mayor volumen
posible. El suizo Johan Samuel Köning (1712-1757) respondió y dio los siguientes
ángulos como solución: 109º 26´ y 70º 34´. Un pequeño diferencial de 2´. Esta
pequeña discrepancia hizo que otro matemático, el escocés McLaurdin (1698-1746)
extrañado de que un cálculo teórico arrojase un resultado distinto de las
mediciones hechas en colmenas reales, recalculara los datos y diera la razón a
Maraldi.
¿Cómo fue
posible que un reputado matemático como Köning se hubiese equivocado?. La razón
estriba en que utilizó unas tablas logarítmicas con un error de imprenta. La
consecuencia de este hallazgo no fue baladí ya que estas mismas tablas se
usaban para calcular la longitud (la distancia al meridiano de Greenwhich) en
los viajes marítimos. Su corrección, gracias a las abejas, salvó sin duda
innumerables vidas.
Pero cómo
son capaces estos insectos de medir ángulos, minimizar el uso de material y
construir celdas con el mayor volumen posible, ¿son las abejas matemáticas o
ingenieras?
En realidad
no. Estudios recientes demuestran que, de hecho, las abejas construyen sus
celdillas de forma circular, lo que sucede es que para hacerlo deben calentar
la cera, este aumento de temperatura hace que este material se comporte como un
semi-líquido. Podemos compararlo con las pompas de jabón. Una pompa de jabón
aislada es esférica (esta es la forma que alberga más volumen con menor
superficie de jabón), pero si se juntan varias tienden a formar polígonos,
tienden a “compartir” lados, exactamente igual que las celdillas de las
colmenas.
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